La adultez


Cuando había creído que tenía dominada la adultez, llega un nuevo elemento que descubro del todo desconocido: el trabajo. No sólo se debe aprender a vivir solo, a enfrentar solo las enfermedades y pagarse uno mismo los medicamentos, a tener siempre leche y cereal en la despensa, a cocinar, a pagar puntualmente los recibos del agua y de la luz, la renta, comprar el gas antes que se acabe, dejar encargadas las plantas cuando se sale de viaje, llamar frecuentemente a la familia, tener tiempo para el novio, escribir mails a los amigos y mantener limpia la casa. Quien haya creído que la adultez es asumir la responsabilidad de sí mismo en una casa pagada con su salario es un tonto.

La adultez se parece más a un juego de Mario Bros. Después de mucho ensayar el asunto del hogar y llegar a la meta aplastando tortugas-pelícano sin perder “vidas”, aparecemos en el siguiente nivel, un “mundo” oscuro y desconocido, en el que se debe volver a ensayar hasta dominar el recorrido y pasar al mundo tres que será cuando tengamos hijos y luego el cuatro cuando los hijos sean adolescentes, etcétera, etcétera.

Mi trabajo es una experiencia que disfruto sobremanera, y al tener por sabido que no a todo el mundo le sucede trabajar en lo que le gusta, tomo con cautela el tema. Mi reflexión comenzó cuando un buen amigo me hizo ver que hablaba, quizá demasiado, de mi trabajo, de lo que se concluye había transformado mi trabajo en mi vida. Al principio me justificaba inútilmente creyendo que era mi pasión y que por ello me sentía feliz de “vivirla en todo momento”. Pero la vida no es sólo trabajo y darme cuenta que le había aplicado semejante reduccionismo me hizo sentir miserable.




Entonces salí a la papelería a comprar una nueva libretita y con gran ceremonia me dispuse a escribir mis sueños. Mi abuela me aconsejó alguna vez escribir mis sueños periódicamente para no olvidarlos. Comencé agradeciendo -porque es lo que se debe hacer para comenzar una buena relación, aún con las libretas- y luego escribí unas diez cuartillas de corrido. Me esforcé en los detalles: quiero una casa con un patio central, con una fuente rodeada de macetas de bugambilias y habrá un tapanco con grandes ventanas desde donde se verá un lago, y la casa estará en medio de un gran terreno donde vivirá una vaca que se llamará Panela y se echará bajo la sombra de un sauce llorón.

Escribí un montón de cosas que me gustaría hacer: tener mi propia familia, viajar cada año a un país distinto, estudiar la maestría y el doctorado en humanidades, convertirme en embajadora o agregada cultural o académica de esas que son invitadas a dar conferencias en las grandes universidades de Europa. Luego pensé en el tiempo que me llevará construir toooodo ese camino y caí en cuenta que este trabajo es sólo un medio para conseguirlo, pero también mis relaciones sociales y mi buen estado físico y anímico tienen que ver en el proceso.
¿Qué hacer?
No quiero plantearlo como una receta, pero estoy conciente que las recetas, empezando por las de cocina, funcionan. Decidí “programarme” mentalmente a que llegando a casa no hablaría con nadie de asuntos de trabajo a menos que fuera totalmente necesario:
- ¿Y cómo va la chamba?
- Muy bien gracias, ¿oye y cómo ves lo del gasolinazo? ¡Todo sube menos el salario!

Luego decidí que no resolvería ningún pendiente de la oficina fuera de los horarios laborales. Los fines de semana los comenzaría jugando con mi perro en el parque y saldría a tomar café con mi novio; la tarde dedicada al amor, a la nostalgia, al cine, a comer con mi madre y a la lectura (tuve que adquirir nuevos libros porque había coleccionado obras que en el título incluían las palabras “campesinos” y “trabajo comunitario”). Y también volví a escribir.

Mi receta tiene un par de semanas en marcha y confieso que ha funcionado. Estoy, empero, ensayando la fórmula.

Tal vez un día de estos llegue a rescatar a la princesa.




Mi departamento. Fotos: Érika

Comentarios

H ha dicho que…
No soy un egoísta, pero te prometo no decirle a nadie acerca de que kika ha regresado.

Hace ya un buen rato que vengo viviendo tus aventuras y desaventuras desde aquel corazondemelon, pasando por aquelcaracol (y no creas, no eres fácil de encontrar), pero nunca me atreví a hacer comentario alguno, a veces me sentí opacado por tus extensos textos y la forma en como uno puede irse imaginando todo lo que te ocurre, y quizá esto venga un tanto a coincidir pues en mi profesión como en la tuya empecé viajando por algunos de los lugares por donde casualmente has trabajado, desde el polvoriento orilla del Monte, pasando por la sierra de Misantla y llegando a Yecuatla, hasta las frías tierras pero con calidos habitantes de Los Reyes.

Solo me resta decirte que me encanto tu estudio, pequeño y acogedor, me gusta tu lámpara de hoja de lata, tu catrina de San miguel Aguazuelos, saber que eres una lectora del País, tus helechos, todo se ve tan lleno de vida.

Feliz retorno
Érika B Carrillo ha dicho que…
Misterioso y silencioso H,

Gracias por hel feliz retorno hy por seguir mis locuras desde hace tanto.
Piensa hun momento hen mis zapatos y lee tu comentario como si fuera para ti. ¿Alcanzas a percibir cómo me siento? Tengo un seguidor que ha estado en los mismos lugares donde yo y eso es la mar de halagador.
Tu H, me recuerda Rayuela y Horacio Oliveira. Si me dejas puedo llamarte Hasí.

He decidido mostrar un poco más de mi vida aquí. Quiero este espacio más íntimo, por eso pedía que no le dijeras a nadie. Las fotos de mi estudio son una probadita. Wow, viste la catrina Y ESTÁ EMBARAZADA; por eso la compré.

No te aseguro que estaré con tanta frecuencia en este blog. Pero estaré.

Un abrazoh
Altamar ha dicho que…
Kika,
adultez ?

mmm, esto requiere de un correo largo, bueno, a lo mejor no tan largo, pero si pensado :p.
Ah, y no sabes como me dio gusto ver ese atardecer de fuego en Puebla que tienes colgado en tu pared :D.
Érika B Carrillo ha dicho que…
Querido Altamar,
La adultez es un juego, ves. No tienes que pensarlo tanto. Ser adulto es como ser empresario, o ser luchador, o ser bolero. Es un oficio que se aprende y como tal puede ser divertido. A mí me gusta pensar la adultez como algo ajeno; un accesorio que adquieres cuando rozas los 30 años. En realidad lo único que considero seriamente es "la madurez" y "la sabiduría" y para alcanzarlas no hay parámetros de edad. Eso sí, hay algunos que no las obtienen nunca.

Te mando besos, y qué bonito leerte aquí. Me recordó viejos y corazondemelonados tiempos.

Entradas populares