Aquellas pequeñas cosas


Hoy dediqué la tarde a ordenar mi librero. Tuve la suerte de que hace un par de semanas un amigo de Xalapa se mudó a Monterrey con todo y todo, y mi astuta madre aprovechó para enviarme con él las cajas de libros que seguramente le estorbaban en su casa. Resultó una nostálgica actividad dominguera, pues no sólo repasé los títulos de mi colección y recordé esas etapas del pasado que se quedaron en sus páginas, sino que descubrí notas, dos de mis diarios y hasta una agenda vieja y deshojada con fechas memorables de 2005. Septiembre 25: “Junta de consejo Técnico” y abajo entre paréntesis “Cené con Yadur, rico”. Luego leí frases matonas de mis reflexiones universitarias: Octubre 3, “El cine es lo más ficticio de la ficción, y sin embargo es lo más real de la ficción, ¿hiperrealismo ficticio?”

Pasé varios minutos leyendo mis anotaciones y recordando los momentos de los años pasados que quedaron en servilletas, boletos de autobús y hojas sueltas de mis tantas “libretitas”; todos éstos perdidos entre las páginas de mis libros. Sentí pena por haber abandonado la escritura. Algunos me dijeron que tenía talento, pero nunca lo creí del todo y lo dejé de lado.
Sentí una pequeña derrota interna.

Lo que escribimos, formal o informalmente, como un diario, un artículo o un ensayo literario, va más allá de hacer un registro de nuestras vidas (porque la literatura, aún siendo ficción es un registro de lo que se ha visto, se ha pensado o se ha imaginado). Se trata más bien de traducir la vida a letras. Y eso es algo diferente.

Cuando se ha adquirido el hábito de la escritura las metáforas, las comparaciones, y todos los demás recursos literarios se convierten en herramientas para ver y entender la vida. Así, cuando uno está en el parque lo importante no será registrar la visita sino encontrar el detalle que hizo a ese parque “registrable”.
Andar por la vida con “los lentes” de letras hace una diferencia, al menos en mí. Se me ocurre compararlo con la Matrix: así como Neo veía un código de letras verdes en lugar de una silla, una persona que escribe no sólo ve los objetos, sino frases de ellos: “he visto esta noche un farol que se creía estrella, un farol que titilaba” aunque se trate sólo de un farol más apunto de descomponerse. De esta manera la vida ya no es igual. Las cosas, las situaciones y las emociones tienen su propio lugar, su momento protagónico. Y entonces cuando vuelves a leer sobre el parque aquel y su farol titilante, el recuerdo te llega hasta la médula. “Son aquellas pequeñas cosas”.

Pero lo mismo sucede en otros ámbitos; un periodista sabio, como Froylán, no sólo lee las noticias nacionales e internacionales, sino que conecta los hechos y entonces “lee” una nota invisible con las reflexiones que se han generado en su cabeza enorme.
Igualmente pasa en el arte, en la política, en la sicología, en la educación, en la vida cotidiana. Se trata simplemente de estar atento y de tener las herramientas para traducir lo que se ve y se piensa. Claro que hay quienes tienen más práctica e incluso maestros de la traducción, por eso hay tantos columnistas en la prensa y tantos escritores que nos ayudan a descubrir esas pequeñas cosas que nosotros pasamos de largo.

Me preocupa que existan otros sabios (en el campo, en la cocina o en las universidades) que, por la razón que se nos ocurra, abandonaron las letras y ahora no hay forma de conocer sus interpretaciones, sus prácticas y sus conocimientos. En un avión tuve la fortuna de conocer a Alejandro, un economista y profesor de posgrado, que tenía la misma preocupación que tengo en este momento: ¿por qué no escribimos?
Sé que el trabajo y el tiempo y las preocupaciones y otras muchas respuestas, pero ninguna es válida. La escritura debería ser una responsabilidad; es un ejercicio que nos enseña a ordenar nuestras ideas y a comunicarlas a otros, además que nos ayuda a hablar mejor y a incrementar nuestro vocabulario. Pienso ahora en el Messenger y en la dformación del lenguaje ke es tbn tema interesantísimo y ya hablaré de ello en otra oksión.

Extrañaba escribir. Y aunque los fines de semana tengo tiempo de sobra prefería hacer otra cosa; veía a mi laptop sobre la mesa, cerrada, dormida, y elegía cualquier otra actividad antes que despertarla y escribir. Tenía cierto “miedo” de que las palabras ya no fluyeran como antes o de leerme contaminada de institucionalidad.


Mi abuela me decía "si extrañas hacer algo, hazlo de nuevo".


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Comentarios

.. y paso en el malecon ... ha dicho que…
Se extrañan tus letras ... Cuánto más tendremos que esperar? ...

tuyo siempre
R.L. Stevenson
.. y paso en el malecon ... ha dicho que…
... Por cierto, has leído a Ernesto Sabato? ... Me recuerdas a un personaje de Sobre Héroes y Tumbas ...

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