Sueños de kika

Anoche soñé por primera vez que volaba. Estaba sobre el mar, el mar de la Bahía de Banderas. Y observaba desde lo alto a los delfines saltando (en la bahía viven centenas de delfines nariz de botella). Podía ver claramente su aleta sumergirse, y luego otra vez y otra vez. Eran al menos una veintena. Atrás estaba la costa de Vallarta, llena de diminutas sombrillas de colores. Y el sol de la tarde y el reflejo que dejaba mi cuerpo sobre el agua. Mucha agua.

Mi única preocupación estaba en que cada vez más me elevaba, entonces con esa lógica de los sueños, decidí que si juntaba brazos y piernas, descendería rápidamente. Enseñanzas del buen Peter Pan. Estuve tan cerca del agua que logré ver mi sombra sobre el azul varias veces (practiqué el descenso en repetidas ocasiones).
Luego me cansé de volar (nunca pensé que alguien pudiera cansarse de flotar en el aire) y llegué a pensar, aún arriba, que si alguien me facilitaba una tabla de natación (de esas de plástico o unicel o no sé qué) podría sostenerme más tiempo volando (¿?). Nadie pasó por ahí, ni un parashú; presté atención.
Opté por caer suavemente en el agua, como hoja desprendida de un árbol de 30 metros en una tarde sin viento, y nadé y nadé y nadé, con la mar en calma, de muertito, hasta la orilla.
Cuando desperté, tenía las piernas adoloridas.

Necesito vacaciones.

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