La trampa del tigre de bengala

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Hace unos días estuve en Valle de Bravo y caí en cuenta de que se me ha olvidado pedir. 
Y a muchos de ustedes también. Es mal de adultos. 
Cuando éramos niños teníamos un un acceso directo a Dios, a los Reyes Magos y a Santa, y sus cartas eran pliegos petitorios con libertad absoluta: queríamos tener una alberca de olas, un tigre de bengala, un helicóptero. Y lo pedíamos así sin más: querido Dios, quiero tener un tigre de bengala y prometo cuidarlo y quererlo todos los días de mi vida. 
Los monjes budistas tienen tigres ¿por qué tú no?

Pero pasan los años y nos damos cuenta de que la vida es más dura de lo que pensamos; que esos reyes y ese santa tienen salarios limitados y que Dios no es precisamente un genio que cumple deseos; al contrario. Aprendemos una gran lección: La vida es dura y todo depende de ti.

Nos esforzamos, estudiamos, encontramos un buen trabajo y de pronto nuestros fervientes deseos infantiles se vuelven menos deseables, y es que con esta crisis no hay manera, además cuál es la necesidad de un tigre de bengala, ¿dónde hay que ordenarlo, en África? y los permisos, de dónde voy a sacar tiempo para entrenarlo, además el tamaño del terreno que se necesita y en esta ciudad sin espacio... 
Así que un buen día decides que el tigre puede ser un Cocker Spaniel, y la alberca de olas, ¿cuál alberca? 

Me dolió mucho darme cuenta que ya no pido simplemente porque ya no confío en la vida. ¿Tengo miedo? Tomé la decisión de caminar por el camino difícil hace unos años. Patadas de vida para aprender a crecer. Y con mi lección aprendida "todo depende de mí, la suerte no existe, es sólo mucho trabajo" me dediqué a sembrar y a ver crecer mis primeras semillas. 
El resultado: han brotado, sí, pero siento que camino cuesta arriba, paso a paso, sin aliento a veces, y la única respuesta que encuentro es seguir trabajando. Pido más trabajo, pido que mis proyectos se fortalezcan, pero ya no pido tigres ni albercas de olas. ¿Para qué? 

Si este es el pensamiento de un adulto, no lo quiero. 
Aprendí bien mi lección. Estúpida lección. Pero quiero creer que no todo depende de mí. No puede ser blanco y negro. La vida mueve sus hilos, tiene su propia magia y simplemente yo he decidido no confiar, limitar mis expectativas, ser cautelosa. Cuánta tristeza, cuánta estupidez.

Así que aquel día en Valle, como si tuviera al mismísimo genio de Aladino frente a mí, comencé a pedir de nuevo: 
Quiero escribir un libro en Turquía, vivir unos meses en Urgup
Quiero una casa de campo, con un vivero
Quiero tener mi propia familia 
Quiero una camioneta nueva 
Quiero que mis vacaciones las decida el Libro de las Fantasías
Quiero un jacuzzi en la terraza para ver las estrellas
Quiero, quiero, quiero... 

Y así, sintiéndome niña otra vez, le lancé mis deseos a la vida. 
Me queda claro que lograrlos dependerá también de mí.








Comentarios

Anónimo ha dicho que…
"Si este es el pensamiento de un adulto, no lo quiero."

Mientras le ofrezco una discreta reverencia con la cabeza vía monitor, pienso: "Señora."

(por cierto, nunca le conté: el califa de la cabina telefónica y la princesa mora, sí resultaron ser furtivos espíritus amantes)
Erika B Carrillo ha dicho que…
Mi querido señor, me enviaste lejos, lejos, lejos, al recordar esa cabina...
Un abrazo para ti, que apareces siempre. Te quiero.

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