Los humanos estamos aburridos





En uno de esos nuevos cafés de La Roma, le conté a una amiga que estoy por mudarme a San Miguel de Allende con Lou: "compramos un terreno, al lado de una cañada y constuiremos una casa". No la sorprendió la noticia, al contrario, me dijo sin emoción que ese tipo de "cambios de vida" eran característicos de mí; así que mi feliz exaltación fue anulada y simplemente dijo "desde que te conozco, tú buscas esos cambios radicales todo el tiempo".  

Le dije que la vida era aburrida, quizá demasiado, y que para emocionarme tenía que hacer esas cosas, como tener tres amantes, mudarme de país, cambiar de trabajo o de preferencia sexual. 
Hay quienes se van de crucero en verano, pero todos los cruceros, todos los veranos, son los mismos.
Hay quienes viajan a las ricas ciudades de Europa, pero todas las ricas ciudades de Europa, como París, Londres y Frankfurt son las mismas.
Mis cambios constantes, supongo, son solamente para desaburrirme.
El mundo ya dejó de ser exótico: hay Starbucks en el metro de Berlín, en Nápoles y en San Miguel de Allende. Un viernes en un centro comercial es igual en Madrid, en Houston o en Coyoacán; una tienda diferente, dos tiendas diferentes. La gente es igual en todos los centros comerciales. Hasta los museos tienen las mismas exposiciones, vi en Roma a Robert Doisneu y lo volví a ver un año después en el Pompidou. Da Vinci en Bellas Artes y en Dresden...

El mundo está tan uniformado que estamos aburridos. Somos la máquina hacedora de humanos idénticos, del video de Pink Floyd. Todos se enamoran, a todos les rompen el corazón, todos ganamos dinero, todos perdemos dinero; nos casamos, tenemos hijos y nos vamos de viaje a las ricas ciudades de Europa, un año tras otro, una navidad idéntica a la otra hasta el fin de los tiempos. Todos buscamos lo mismo: dinero, poder y trascendencia, en todos los niveles y en todas sus combinaciones posibles, y cuando lo tenemos ¿qué nos queda? Aburrirnos.
Y cuando nos aburrimos qué pasa: hacemos pendejadas. Y entonces reavivamos el odio a los musulmanes, a los judíos, a los negros, a los gays y los inmigrantes de Estados Unidos. 
Trump y los neonazis de Dresden sólo están aburridos. 
El imbécil asesino de Orlando, sólo está aburrido.
El terrorista de Niza, antes de suicidarse, estaba aburrido.

Ya sé que el mundo siempre ha sido el mismo, pero este aburrimiento generalizado me preocupa, principalmente porque me toca vivirlo. Si hace cien años la gente estaba aburrida, no me importa, si en cien años la gente estará aburrida, no me importa. Hoy, este aburrimiento es mío, me pertenece, y lo más sensato que puedo hacer es emocionarme con una mudanza a La Cañada, meterme en caos, tener un hijo y escuchar en volumen muy alto Rebento, en ese album de Elis Regina, que no me canso de escuchar aunque cante desafinada y loca. (Cuando escucho Rebento con audífonos de chícharo, a todo volúmen, siento que Elis me canta dentro del cerebro y me causa un placer casi orgásmico. Bendito minuto 57).

Empiezo a sentir ese "cinismo" que me dijo Yadur que llegaba al cumplir cuarenta, aunque apenas tenga treintaicinco. Y recuerdo también esa frase que dice "inside every cynical person, there is a dissapointed idealist". Putos humanos de mierda, me han roto el corazón cinco años antes de lo acordado.
La buena noticia es que mi cinismo llega con mucha energía; mi corazón late tan fuerte que todo el cuerpo me tiembla rítmico, bum, bum, bum, a cualquier hora, los lunes, los miércoles, un domingo a media noche como hoy. Aunque mi cabeza, irónicamente, descansa habiendo dejado de pensar en el futuro, en el pasado, en los pagos pendientes; al menos este lunes, este miércoles y este domingo a media noche. Este cambio de vida me tiene en un efecto permanente de cafeína. 
¿De donde viene esta fuerza interna? ¿qué es este continuo bum que de pronto se convierte en taquicardia? A veces pienso que es la paz de que mi padre esté muerto, o la paz de que yo, un día, estaré muerta.

Mañana tengo que escribir un largo email de trabajo, además debo resolver la producción de mermeladas de la semana, empacar los libros y la cerámica mientras escucho a Bill Evans, confirmar las citas para la renta de casa en San Miguel y, a la hora de la comida, cuando el asistente se vaya, hacerle el amor a Aurora. 
Por la tarde husmearé en Facebook, releeré las notas sexuales que anoté hoy en mi libreta mientras Lou y Lalo conducían por la autopista hacia la Ciudad de México y haré la escaleta de ese nuevo cuento. Hablaré con Misao y, seguramente al colgar con ella volveré a pensar en ese café en La Roma, en Yadur, en mi padre muerto y en ese canto sordo, ahogado de maleza, de los grillos de La Cañada. 

Mi amiga Xochitl decía que no hay batalla más dura que estar con uno mismo todos los días.
Nada más complicado que despertar con emoción de vivir el día siguiente.

Imagen: Doisneu













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