El proceso interminable

Me divorcié. Me había casado para toda la vida y de pronto era mayo y yo estaba en un lugar en el que nunca me imaginé estar. Mi vida convertida en una sala de aeropuerto, en una estación de tren, en un no lugar que Marc Augé nunca citó.
¿A dónde ir? ¿Qué hacer?
No tiene sentido que escriba aquí lo que pasó, lo que sentí, lo que lloré. Todos los divorcios son una mierda. Sabía lo que tenía que hacer: enfrentar el dolor, dejarlo salir, pasar los días uno a la vez y un día despertaría mejor, lista para salir de mi ninguna parte. Pero sabía también que tendrían que pasar muchos días para llegar ahí; cada uno tiene su medida, y la mía en ese momento me decía que serían muchos, muchos días para estar mejor.

Tomé un proyecto de educación que me comprometía a trabajar en varios estados durante tres meses. Si no sabía a dónde ir, que la vida me llevara a viajar era lo más sensato que encontraba en ese momento. Y resultó que ese trabajo me regresó a la vida.

El primer estado que visité fue Oaxaca.
Después Veracruz, Yucatán, Chihuahua, Ciudad de México, Colima, Nuevo León y finalmente Guerrero.
De cada estancia, una semana en cada lugar, podría escribir aquí páginas enteras. En cada ciudad viví momentos preciosos y terribles, paz y tormenta, calma y vértigo, aunque al final, la tormenta y el vértigo ya no estaban en mí sino en el contexto y, curiosamente, tres meses después, yo me descubrí en paz.

Sobreviví al temblor de la CDMX, en un quinto piso, y a mi hotel derrumbado.
Toque de queda en Chihuahua.
La toma de la sede de Colima por maestros encapuchados.
Una balacera en Chilpancingo, con tres muertos, afuera del hotel donde impartía el curso.
Ayotzinapa y Tixtla.

Pero también estuvo toda la belleza de Oaxaca, la comida, las conversaciones con los maestros Evsey y Francisco.
Mi sobrinos en Veracruz, enamorados de la tía Kika. Y la mar en calma.
El hotel de Mérida, aun sin Mike, pero con la alberca sola cada noche. Y los papadzules, los panuchos, la cochinita, el relleno negro. Mi grupo de catorce doctores en educación, con reflexiones profundas y hermosas.
La calidez y la hospitalidad de la gente de Chihuahua; mi visita solitaria a La Antigua Paz.
Los regalos, muchos regalos, de todos los maestros. Las cartitas de agradecimiento.
Las lecciones aprendidas, el silencio, las nuevas puertas que empezaban a abrirse, los viajes, los fuegos pirotécnicos.
Y los ojos más tiernos que he visto jamás.

Entonces aquí estoy, seis meses después, de pie, viva, enamorada de mi oficio, de mis amigos salvavidas, de mis gatos. Estoy llena de amor, de energía y, aunque sigo algo indecisa de qué elegiré para mi siguiente temporada de vida, estoy en mi camino.

"Hagan una pose de superhéroes", con los maestros de Veracruz, 2017




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