Con prisa y las arañas

La vida me tiene a prisa.
Siento prisa, ¿de qué? ¿Hacer más rápido algo tiene sentido?
A veces sí, como cocinar cuando tienes hambre, como tener un orgasmo rápido para ver si logras otro. Como escribir un mal libro para tener más tiempo de escribir el siguiente.
Pero la prisa cansa. Es una tontería.

Me lastimé la mano, misteriosamente, como casi todos los golpes que me suceden. Mi vecina dice que fue la intoxicación de una planta, mi novia dice que fue un golpe del campamento del fin de semana. Como sea el dolor fue casi insoportable por casi 72 horas. Se me hicharon los dedos índice y anular de la mano derecha y ese cojincito que está justo debajo, en la palma. No soportaba el roce. Mis dedos en garra. La gaaarraaa.

Mi vida cotidiana convertida en un reto permanente.
Soy diestra: Hacer cosas tan simples como tomar el tenedor con la mano izquierda me hacía reflexionar seriamente cada movimiento. Servir agua en un vaso, lavarme los dientes...
Abrocharme el brassiere, imposible.

72 horas en una especie de meditación, en conciencia total de cada momento. Pensé que quizá así se sienten los niños cuando empiezan a usar su cuerpo. Atención en cada acción, un bocado, un paso a la vez.
El dolor me fue venciendo, el segundo día lloraba cada dos horas y sentía el llanto como si fuera una válvula. Dr. Joe vino a darme un masaje con ultrasonido, pensé ir a un hospital...

El cuarto día cesó el dolor. Fue magia, desapareció casi por completo.
Y aunque estuve una semana más sin poder mover los dedos, mi vida diestra continuó.

Beth tiene la sospecha de que fue una araña.

Yo creo que fue la vida.


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