The Irishman y la vejez (otra vez)

Hace un momento vi The Irishman, la película de Scorsese. La historia es larguísima, 3.5 horas para contar "la vida" de un grupo de mafiosos italianos, desde su “gran momento” hasta la vejez en la cárcel, y luego la enfermedad, la soledad y la muerte. Los últimos quince minutos son devastadoramente cínicos.

La historia central es la amistad de Frank y Jimmy. Aunque en realidad es la historia de lealtad de Frank hacia Russell. De eso te enteras al final.
Frank es un exmilitar que se convierte en sicario y protegido de Russell, el capo italiano más respetado de Detroit. Jimmy es el multimillonario líder del sindicato de transportistas. Los tres son unos hijosdeputa.

Todo lo que pueda contar de la historia pueden leerlo con más detalle en Google, lo que quiero rescatar del guión y el porqué quiero escribir aquí, es que los personajes envejecen, enferman y mueren y, nos recuerdan, cínicamente, que hagas lo que hagas, todos vamos a morir.

En cien años, todos los que leemos estas líneas estaremos muertos. Todos. ¿Qué es lo realmente importante? ¿La lealtad? ¿El poder? ¿El dinero? ¿La pertenencia? Los personajes de Scorsese son una exploración de motivaciones. 

¿Qué es lo realmente importante? Al ver yo la historia como testigo, me parecen hombres ebrios de vida, nublados de sentido, perdidos y al mismo tiempo hombres encendidos que formaban una familia cohesionada por la motivación: todos estaban motivados por lograr "eso" que cada uno buscaba. Poder, dinero, respeto, pertenencia, trascendencia. Todos dentro, cuidándose, matándose.

Mi mente navegó rápido hacia mis padres: Mi madre murió a los 61 años, mi padre a los 58. Ambos decidieron irse, sus cuerpos se descompusieron, se apagaron. ¿Y qué buscaban? ¿Lo encontraron? No creo que mi madre se sintiera satisfecha con su vida; había puesto demasiadas expectativas en los demás que no se cumplieron. Ni mi hermano ni yo la hicimos abuela, ni tuvo una nuera que le gustara, ni un marido que... Mi papá, en cambio, no tenía expectativas y, precisamente esa (no) motivación, me parece, fue su camino al callejón sin salida. Living la vida loca. Irresponsable, libre. Pero la longevidad estaba en sus genes; mi abuela murió de 102 años, rodeada de otros viejos, en un asilo en una ciudad sin glamour, 
Celaya, después de más de una década de soledad con el cuerpo atrofiado y el dolor de tres hijos muertos. ¿Qué buscaba ella? ¿Lo encontró? "Lo más duro de la vejez, hijita", me dijo una vez, "es que te vas quedando sola, toda la gente que quieres se muere, tus amigos, tu familia". Su mente estuvo perfectamente lúcida. El calvario de recordarlo todo. Ni Marielena, ni nadie, quiere una vida como esa.

¿Qué es lo realmente importante?

En la mañana, antes de mi tarde (entera) de película, fui a mi cita de revisión ginecológica y por primera vez advertí que estoy envejeciendo. Tengo 41 años y ya están aquí los primeros síntomas de menopausia: insomnio, periodos irregulares, manchas en la piel. "Vamos a empezar a regularte con suplementos" dijo la doctora. Tomarás Omega 3, magnesio... Y yo solo pensaba en suplementarme con más vida. ¿En qué página vi esa oferta del vuelo a París?

Tres mil quinientos pesos después salí del consultorio con la noticia oficial e irrevocable de que estoy envejeciendo. Ni hablar.

Hacía un día precioso en la ciudad y decidí caminar a casa aunque estaba a más de una hora. Pensaba que el proceso del cuerpo es mecánico, que irremediablemente llegará la muerte, así que esa mañana decidí que lo único realmente importante era disfrutar del sol y de la caminata. Ya la poeta de los Himalayas me enseñó a cultivar la atención plena, a calmar la mente para no perderme, para no embriagarme de confusión, para tener la conciencia lúcida y la motivación permanente de cuidar mi corazón como si fuera un jardín lleno de flores. ¡Que me lo he tatuado, tía! Algo debe estar teniendo efecto.

Llegué rendida a casa, pero no del todo, cociné, medité y, en una pausa de las 3.5 horas de The Irishman, tomé una siesta. Soñé con Venus, con Yoshimi y con Fabricio. Estábamos en una presentación de Hashem Mudras, yo explicaba, los mudras eran tarjetas gruesas con orificios, como esos discos de antes que activaban computadoras arcaicas. Al final de la presentación había una fiesta. Me acercaba a abrazar a Venus y sentía por ella un amor entrañable que me sorprendía, se me llenaba el cuerpo de alegría, y Venus también lo sentía y me decía un montón de frases cariñosas. Bebíamos, bailábamos, era un sueño que se estiraba largo y contento en mi siesta de veinte minutos. Miraba a Yoshimi y a Fabricio: bailaban y cantaban, borrachos, divertidos, y a mí se me hinchaba el pecho de felicidad y gratitud por tenerlos en ese sueño, que sabía que era un sueño, pero también porque sabía que los tengo en la vida, del otro lado del sueño.

En esa escena también aparecía un hombre que parecía ser mi asistente, le reclamaba que no me había gustado su comentario misógino en la presentación de los mudras y, el estilo del reclamo, fue al discurso de la Pastora Marcela del capítulo 14 del Quijote. Me sentí poderosa reclamando con tanta elocuencia. Mi "gran finale" antes despertar. 

Me sorprende la valentía de mis sueños, van tres al hilo en los que me pongo al tiro a decir "basta". En toda mi vida nunca me he sentido más valiente que en esta temporada. Y estoy viviendo sola por primera vez en diez años, y demás viviendo para mí, solo para mí.
Ahora quiero que lo que se estire sea mi vida, un poco más, disfrutar más, divertirme más,
amar más, trabajar más en mis novelas y buscar un buen editor que me haga famosa por un rato, para seguir escribiendo sin el temor de no poder pagar la renta.

¿Qué es lo realmente importante?
A mis cuarenta y uno pienso: Ser valiente. Ser astuta. Serme fiel. Lo demás es cuidar el cuerpo, sanar el corazón, el pasado y el futuro, cultivar la mente para vivir en calma y entonces disfrutar el sol cada vez que se pueda, todo el tiempo que se pueda y, agregaría, en todos los lugares que se pueda.

Neta, todos nos vamos a morir. 

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