No se puede escribir poesía después de Auschwitz

 No se puede escribir poesía después de Auschwitz, lo dijo Theodor Adorno.

Tengo una fila de textos bocetados, siete novelas esperando su momento, pero quiero escribirlas como Isabel Mellado y no se puede escribir poesía despúes de Auschwitz. 

¿Qué hacer entonces? Escribir solamente, sola. Escribir. Este mes hará dos años que mi madre murió y que con su muerte brotaron las demás ausencias, todas las de mi vida, desde mi mejor amigo muerto a los diecisiete años, mi primer aborto, el asesinato de mi abuelo, el abandono de mi esposa y de mis óvulos en una clínica de fertilidad, el suicidio de mi padre y la muerte de mis abuelas después de vidas largas y enfermas. 

La muerte de mi madre. Es una línea aparte. La muerte de mi madre es el principio de todo.

Me siento sola. Este momento es una prueba de resistencia que, curiosamente, me obliga a dejarme llevar sin forzar nada, a acomodar el dolor en lugares donde pueda despertar al día siguiente, sentarme en la computadora, enviar correos, hacer la comida, hablar con la gente, alimentar a mis gatos. 

Pero sola. Sentir que no le importa a nadie mi existencia me desarma. Me deja en un lugar nuevo. Incómodo. Porque mi mente sabe perfectamente que soy una mujer amada, privilegiada, plena con mis quehaceres, afortunada por tener amigos, a mis hermanos, a mis tíos. Pero con las emociones se lidia diferente y la mente no siempre gana. Al final del día, si he aterrizado en la Ciudad de México, si he comido o no, si he dormido bien o he despertado llorando en la madrugada, nadie lo sabe, nadie pregunta, a nadie le importa. 

Tu casa eres tú, me dijo Ale. 

Mi casa soy yo. 

No sé cómo ser suficiente.

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