Cosas importantes


Cada vez que comienzo a escribir en una cuartilla en blanco, casi sin pensarlo, escribo la frase “Estoy en…”. Descubrí que es el modo más efectivo de concentrarme y ordenarme: de afuera para adentro. Normalmente describo el lugar donde me encuentro y luego lanzo una reflexión al aire que me lleva a desmenuzar los pensamientos que se han tejido en la semana, en el mes.

Así que estoy en mi casa, mi nueva casa en Monterrey que no tiene muebles y me cobijan 38 grados a la 1pm. Vivo en el Barrio Antiguo, en la calle Javier Mina con un montón de anticuarios como vecinos y otros viejos. Tengo un colchón, un comedor con cuatro sillas, un armario tubular y un horno de microondas. Tengo unas sábanas carísimas de algodón italiano. Tengo vasos y platos 4x1 dólar, cubiertos de oferta, una tetera y hasta una pequeña despensa con cereal, fruta y latas de atún. No tengo tarja, estufa, refrigerador, boiler ni aire acondicionado. Un ventilador sí, y también la intención sincera de ahorrar para comprar un minisplit cuanto antes.

Ayer fue mi primera noche en casa. Y aunque estaba rendida después de la semana de trabajo, logré sentir ese algo atorado que me aplasta los pulmones en la noche. Tuve varias hipótesis sobre mi malestar y las repasé todas en silencio mientras barría, trapeaba, sacudía; desfilaban muchas personas, también mi perro Juan Horacio y hasta mi árbol de café. A veces sucede así, hay que espulgarse en las costillas para saber si hay bichos. Y luego saber qué bichos son. Lo curioso es que esos momentos ocurren mientras hacemos cosas como pintarnos las uñas, depilarnos o limpiar la casa. Tal vez por eso en las mujeres hay cierta tendencia a la introspección. Quién sabe. Por estereotipo, a lo mejor los varones también tienen esos momentos al lavar el auto, podar el pasto o cortarse las uñas de los pies.
Las emociones de estos días han sido contradictorias a pesar que las experiencias han sido buenas. Por un lado estoy entusiasmada con el cambio de ciudad, con el cambio de vida y con las ventanas que se han abierto hacia el futuro. Pero estoy triste. Tan triste que incluso a mí me parece exagerado. ¿Cuánto tiempo dura la adaptación a un lugar? ¿Por qué todo es relativo? Caray, tantos humanos en tantos siglos y no hemos aprendido a hacernos la vida más fácil. Antes los abuelos eran sabios, pero ahora nuestros padres sufren crisis adolescentes a los 50. ¿En qué se gasta el pensamiento de la humanidad? Evidentemente no sirve para conocernos y darnos más calidad de vida. (Si tan sólo los libros de superación personal no fueran tan malos y aburridos, o la filosofía tan complicada...)
La tristeza, al menos, no labora en horarios de oficina. Y a veces hasta un poco más tarde de las 6pm. Pero basta un momento de silencio, antes de dormir, en la regadera, en el balcón, para sentir esa tristeza infinita que me aprieta los pulmones y me da tos.

Uno de los problemas que no he logrado sobrellevar es mi concepción-de VS mi-experiencia-en los procesos. Resuelvo racionalmente el cambio, lo analizo, lo visualizo, entiendo las áreas débiles, las oportunidades, todo un FODA aplicado a mí misma. Pero una vez dentro del proceso -aunque contemplo esas etapas de desgracia y me siento racionalmente resuelta al respecto- basta con que escuche una voz familiar, sobre todo la de Yadur, y estallo en llanto involuntariamente. Y es así, lloro a chorros un minuto y todo termina después de sonarme la nariz, como bien escribió Cortázar. Puedo seguir la conversación como si nada hubiera pasado. El problema es que esos episodios de llanto son más frecuentes cada vez; como si hubiera una membrana muy delgada que sostuviera el llanto y se rompiera con el toque de una partícula de polvo. Así estuve llorando conmovidísima mientras veía por novena ocasión en la tele Mujer Bonita. Y el llanto duraba hasta los comerciales.

Lo ridículo de todo esto -si acaso todavía no lo es- es mi actitud ante el proceso. En el fondo sé que va a pasar, y me sé contenta y disfrutando. Es más, a veces, cuando lloro no hay ninguna imagen, ni un nombre, o una cara o una caricia. Sólo lloro porque sí. Porque mi cabeza logra resolver procesos que mi cuerpo resuelve más lentamente.

Una vez leí que hay un punto en el cuerpo que representa la batalla interminable entre la mente y el cuerpo: el agujerito que está en la base de nuestro cuello, justo en medio de las clavículas.
Y casualmente no tiene nombre.
De veras que los humanos dejamos de lado las cosas verdaderamente importantes.


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