Vidas


Ya pasaron tres meses y mi estancia en la Ciudad de México sigue pareciendo un truco de magia. Varios amigos del pasado me han visitado en diferentes momentos y me han recordado, como si fuera indispensable, cada una de las etapas que he vivido. No se piense que estos reencuentros son comunes y vulgares, no, no, nada de eso. Todo ha sucedido de manera puntual y en un perfecto orden cronológico. Todos llegaron un fin de semana tras otro como si el destino me obligara a hacer un recuento de esta vidita de veintiocho años que tengo hasta hoy.

Quiero pensar, como Vila-Matas piensa y también Paul Auster y Yadur, que la vida a veces tiene estos guiños, y nos hace advertir coincidencias que en lugar de puntos finales terminan en escalofríos. Entonces insisto en esto que ya escribí porque no es cualquier cosa: desde mi llegada al DF cada uno de los fines de semana me he encontrado con alguien del pasado, en perfecto orden cronológico de acuerdo a las etapas de mi vida.

No me lo explico, siendo honesta. Pero ya elaboré una teoría que no tiene mucha ciencia: Adriana una vez me dijo que la vida tiene ciclos perfectos de siete años, de modo que a los veinitiocho me toca cerrar/abrir uno.
Después de los reencuentros comencé a entenderme en perspectiva y, una tarde, cuando caminaba por el centro histórico, con todos sus palacios enormes que me fascinan porque me hacen caminar viendo hacia arriba, caí en cuenta que no tengo ni la menor idea de qué quiero hacer ahora. “Es la primera vez que no estoy segura de nada”, le dije a un amigo en la terraza del Centro Cultural España, “pero nunca había estado tan bien”.
Escribí aquí hace varias semanas que me imaginaba en cinco años con una casa en la playa, con un hijo, con un hombre. Lo escribí porque mi amiga me lo preguntó. Pero poco tiempo tardé en darme cuenta que no estaba siendo del todo honesta porque de inicio no estaba del todo segura. ¿Realmente quiero tener un hombre y una casa y un hijo en los próximos cinco años? ¿Realmente quiero saber dónde y con quién estaré en los próximos cinco años?

Es la primera vez que me sucede no saber nada. Siempre tuve expectativas sobre mí y me acostumbré a tener que saber siempre lo que quería de mi vida, pero la única verdad es que hoy no sé a dónde voy. No estoy en una encrucijada, me siento un camino ¿distinto? que ya ando pero que no reconozco. ¿Realmente quiero saber qué estaré haciendo en los próximos cinco años?

Desde que visité a mi abuela este verano he ido tejiendo un pensamiento que ya se hizo grande. ¿Cuántas opciones de vida tuvo mi abuela? Pienso sólo en dos: casarse o ser monja. Las otras opciones, aunque existieran, eran impensables para ella: ser soltera, madre soltera o puta.
¿Y mi madre? Ella se divorció hace diez años, y además ya había mujeres sin hijos que no fueron monjas. Conocí a madres solteras, mi tía es una.
Los que vinieron después fueron una generación interesantísima. Lo más fácil es poner como ejemplo las series de tele que marcaron el nacimiento de los TINK (Two Incomes No Kids) Friends, Melrose Place y Beverly Hills, donde una pareja podía mudarse a vivir a la misma casa, ambos trabajar, ambos generar ingresos, viajar, vivir pocamadre y no preocuparse por tener hijos ¡ni por casarse siquiera!
Con nuestra generación ¿qué más se agregó a la lista? Ahora podemos casarnos, tener hijos, no tener hijos, ser madres solteras, padres solteros, vivir con alguien, ser gays, ser exitosos y solteros, ser transexuales, ser bisexuales, ser monjes budistas o católicos y luego cristianos, o ateos, ser homeless, ocupas o mujeres taxistas.

Una día de estos tantos que he regresado a trabajar a Monterrey, visité a mis vecinos y me invitaron a comer. Estábamos todos a la mesa, Nico, Sol, Alfredo y Blanca y comíamos hamburguesas de pollo. De pronto Sol pidió más catsup y antes de que los papás se levantaran brinqué en un segundo por la botella, para ser un poquito su heroína de la catsup. Abrí la botella, quité la tapa de la hamburguesa y le serví un poco. Entonces Sol me dijo: "Me gustaría tener más de una vida". ¿Ah si? le dije aparentando calma en medio de mi emoción infinita, "a mí también me gustaría tener más de una vida, ¿a ti por qué?· Me explicó que se refería a los videojuegos, y aunque yo me refería a la vida real, pasamos un rato pensando en diferentes formas de "morirnos" y "revivir".

Después de la comida, caminé un rato por la Macroplaza y, una vez en el hotel, me tiré en la cama a pensar en todas las vidas que quisiera tener: una para ser bailarina, otra para ser madre de cinco hijos, otra para ser monja, otra para ser gay, otra para ser trapecista, escritora, superhéroe, para ser orquídea, atardecer, ola, nube y así.




Imagen: Atardecer en San Miguel de Allende

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