Más pequeños que el Guggenheim


Ayer fui al teatro a ver Más pequeños que el Guggenheim, de Alejandro Ricaño. Una comedia que trata de dos amigos que hacen un viaje no-muy-exitoso a España y se reencuentran años después para montar una obra de teatro. Contratan a dos no-actores (un excajero de OXXO tontísimo y un albino con la vida más trágica del mundo) y sin un quinto, pretenden que ellos representen la obra que todavía el día del estreno no tiene final.

La obra en general es una joyita, tiene un texto completo y hermoso que se disfruta desde las primeras carcajadas y que, por si hubiera dudas de su calidad, tiene las palmas de haber sido el Premio Nacional de Dramaturgia 2008. En general es una gran lección de amistad, pero también es un muestrario agridulce de esas estupideces que todos hacemos, y que no olvidamos, pero que tampoco nos atrevemos a recordar.
La construcción de los personajes es soberbia (pinchi Ricaño). Los actores, gran trabajo.
Me gustó especialmente que los recursos del montaje fueron mínimos, apenas una mesa y una banca que lo dijeron todo, luces, música y voilá. Escenarios completos que pocas veces se logran; un botón de muestra para los teatreros de presupuestos millonarios y textos vacíos.
Me reí a carcajadas, me conmoví, lloré.
Al final, indiscutible, la obra le gana al espectador por knock out.

Cuando encendieron las luces tuve la suerte de encontrar en la misma fila, en el último asiento, a Alejandro Ricaño, y todavía con lágrimas emocionadas y sin parar de aplaudir, le dije de lejos, estás cabrón y con la mano hice un ok. Me dio las gracias y luego me acerqué y cruzamos algunas palabras. Me dio mucho gusto verlo. Tuve la suerte de entrevistarlo en Xalapa en mis tiempos de periodista, cuando él apenas estaba echando las primeras chispas de todo este talento que ahora brilla por sí solo. Desde entonces no lo había visto. Quise preguntarle todo, ¿qué había pasado con su proyecto de Beckett? ¿en qué estaba trabajando ahora? ¿seguía en Xalapa? pero estaba tan inmersa en la obra (el gane por knock out no es una metáfora) que no pude preguntarle nada. Lo felicité mil veces y le di un abrazo prometiéndole que recomendaría su obra a todo el mundo.
Así que vayan. "A la mamá de Fay le gustó mucho".

Más pequeños que el Guggenheim
De Alejandro Ricaño

Hasta el 5 de septiembre
Jue-Vie-Sab-Dom 19 y 20hrs
Sala Xavier Villaurrutia
Centro cultural del Bosque
Boletos $150 en ticketmaster

Para conocer más a Ricaño les dejo esto.
¿Pensará lo mismo que hace cuatro años? Eso tampoco se lo pregunté. Damn it.


Milenio Domingo 20 de mayo 2007

Los jóvenes toman las riendas del teatro en Veracruz
“No sólo los ‘famosos’ merecen los apoyos y el reconocimiento”: Alejandro Ricaño
Érika B. Carrillo

A Alejandro le gusta contar historias. Sus obras presentan personajes atormentados, frustrados y parejas disparejas; protagonistas a quienes todo les sale mal; un roto y un descosido, que encuentran entre recovecos ser felices y amarse a su manera. Su más reciente trabajo, Un torso, mierda y el secreto del Carnicero, trata de un arruinado dramaturgo que, con el fin de escribir una obra famosa, asesina a una prostituta, vende su torso a un carnicero, y el escritor termina enamorando a la hija de la mutilada. La obra es un homenaje a Alfred Jarry, el precursor del teatro del absurdo; lo de “mierda” hace referencia a la escandalosa puesta en escena Ubú Rey, donde Ubú, al comenzar la obra exclama “¡mierdra!” en el elegantísimo y conservador Théâtre de L'Oeuvre. Se sitúa en el arrabal de Francia en el siglo XIX y, para escribirla, pareciera que Ricaño puso en una licuadora al mismo Jarry, algunas escenas de El Perfume de Süskind, El Extranjero de Camus y la rivalidad entre Salieri y Mozart de la película Amadeus. Todo para “decir algo” que más bien tuvo que ver con su rompimiento amoroso.

Un torso participó en el Premio Nacional de Dramaturgia Joven “Gerardo Mancebo del Castillo”, uno de los más importantes del país, y aunque la obra no ganó el Premio, hasta el momento ha sido la única que se ha presentado, con el apoyo del Fondo Editorial Tierra Adentro. Dirigida por Brayant Caballero, la puesta en escena se presentó en Xalapa durante noviembre en una exitosa temporada y, en enero, abrió cuatro fechas más en la sala chica del Teatro del Estado.

Ricaño tiene 23 años, y es recién egresado de la Facultad de Teatro de la UV. Ha escrito trece piezas teatrales y se han publicado siete en revistas como Tramoya, Autores y La Gruta. En este momento, con la beca nacional del FONCA, realiza un trabajo sobre Samuel Beckett, pues considera que la depresión y la desesperanza que trasmiten sus personajes, nunca estuvieron más vigentes: “son los sentimientos de moda de nuestra generación. Beckett incita a cuestionarse seriamente sobre la condición humana.”

Se dedica a promover el teatro a través de proyectos independientes, lo considera su compromiso: compiló hace poco una antología de dramaturgos jóvenes (editada por Tierra Adentro) con ocho nuevas propuestas y, hace casi dos años creó, junto con otros nuevos teatreros, la Compañía de Teatro Joven Veracruzano donde la condición es trabajar únicamente las obras que ellos escriben. “No podemos dejar que el teatro veracruzano se etiquete, por ejemplo, con el nombre de Oceranski, hay otros talentos en el estado que merecen apoyos y reconocimiento”.

En el café donde nos reunimos, Ricaño confiesa que es dramaturgo por resignación (cruza la pierna y se asoman sus gastados tenis, se remanga la camisa que parece una talla más grande; como “joven artista”, no se preocupa mucho por su atuendo, su rostro, en cambio, es luminoso y unas gruesas cejas enmarcan sus ojos que brillan): “quería ser pintor, pero conocí el trabajo de Edgar Cano y me di cuenta que estaba perdido; hasta después supe que el caso de Edgar es muy especial, pero ya estaba desilusionado”. Después presentó exámenes de admisión en Publicidad, Comunicación y Teatro, y aprobó los tres, pero como quería ser cineasta, se quedó con el teatro. “De pronto se publicó una obra mía, que escribí en la prepa”, me dice, “y cuando la vi impresa me sacudió. Mi trabajo publicado fue un incentivo, comencé a escribir teatro como loco, fueron seis obras, y publiqué las seis. Desde entonces no paro.” El teatro que Ricaño escribe, lo define como “un ejercicio de búsqueda”, pues se encamina a presentar sus obras en escenarios vacíos, sin elementos escenográficos, donde la palabra sea la única fuente de creación de los espacios.

¿Cómo preparas una obra?

Siempre es un proceso distinto, hubo una obra que escribí en una semana y fue una maravilla y luego otra que escribí en un año y resultó una porquería, a nadie le gustó. Preparar una obra es similar a la labor del sicólogo, yo lo veo así: se trata de atender a la condición humana como un analista. Regularmente hay algo que te toca vivir y “te clavas” en ese comportamiento, entonces quieres escribir sobre eso. Siempre terminas hablando de ti mismo, porque es lo que tienes de primera mano. Luego está la parte institucional, el lado feo, porque te pones a pensar que le tiene que gustar al jurado y que tiene que “pegar”. Con eso ya quedó una obra. La parte que me interesa del reconocimiento institucional es nada más la “lana”, como soy independiente tengo que buscar formas para vivir de mi trabajo; curiosamente, después del taller, a los perdedores nos fue mejor que al ganador: me dieron la beca del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, y antes tuve la del Instituto Veracruzano de Cultura; mis compañeros obtuvieron becas de residencia en otros países y otro ganó la beca de la Fundación para las Letras Mexicanas. En este momento busco dos cosas: comer y reconocimiento, así que debo pensar bien lo que escribo; las obras anteriores le gustan mucho al público pero en los premios ni las “pelaron”.

¿Cómo percibes la situación del teatro en Xalapa? Por un lado, fuera de la ciudad últimamente se conocen sólo el teatro de Oceranski y de Beverido.

Beverido merece todo mi respeto, su biblioteca y su trabajo como investigador es muy loable. Lo que no me parece es que el teatro de Xalapa se defina por Oceranski. En la más reciente Muestra Nacional de Teatro escuché malos comentarios hacia su trabajo. Y creo que la tragedia del teatro de Xalapa es que las instituciones nacionales siguen creyendo que Abraham Oceranski es el teatro en Xalapa, y sólo le dan los apoyos a él. En su tiempo fue bueno, en los ochenta tal vez. Pero esto último que presentó (Doble suicidio) me pareció un ejercicio improvisado, poco serio; el teatro no debe ser “un basurero de ocurrencias”. Hubo gente a la que sí le gustó, por supuesto, pero no me parece justo etiquetarnos a todos con su nombre. Creo que hay muchos jóvenes que tienen talento.

¿Quiénes, por ejemplo?

Martín Zapata que es excelente director; Adriana Duch, actriz y directora; Brayant Caballero, el director de Un torso, que es además un buen gestor; y hay varios actores, uno es Víctor Camas, quien interpreta a Marcel en Un torso. Son nombres de primera mano, pero acabamos de reunir a ocho dramaturgos menores de 30 años en una antología que edita Tierra Adentro. La portada del libro es una pintura de Edgar Cano, por cierto.

¿Tú qué estás aportando al teatro veracruzano?

Con la Antología me interesa promover el teatro joven, creo que a un joven le corresponde esa labor. También está la Compañía de Teatro Joven Veracuzano que creamos entre Brayant, Dana López y casi todos los que trabajamos en Un torso. La idea es que sea un cuerpo no sólo de actores sino de investigadores, dramaturgos, directores, etcétera, y la premisa es trabajar textos de nosotros mismos. Por otro lado, coordiné un taller de dramaturgia en la Facultad de Teatro y publicamos una revista tipo fanzin, con Victor Camas, se llamaba “Teatrorgánica”, ahí publicamos unas seis obras.

¿En que consistió el Premio “Gerardo Mancebo del Castillo”?

Es una convocatoria para dramaturgos menores de 35 años. Lo normal es que ganes el premio y ya, pero este no es así, es muy tortuoso: escogen cinco finalistas y los someten a un taller con el jurado en la Ciudad de México. Estás un mes en la Capital y, para “mejorar tu obra”, tienes sesiones individuales con cada jurado (el dramaturgo Luis Enrique Gutiérrez, el director teatral David Hevia y el historiador en teatro Fernando Muñoz). El historiador en teatro, me decía que, como mi obra es en Francia en el siglo XIX, agregara cosas y fuera más minucioso. Otro era más posmoderno y me sugería que todo sucediera actualmente en la Ciudad de México, y el tercero que es un dramaturgo muy sensato, me decía que no “vendiera” mi obra por un premio de 50 mil pesos y mantuviera mi propuesta original; entonces tuve el error de escucharlo y no gané. Me siento satisfecho con el resultado, cuando tú escribes algo y pones punto final, es punto final y se acabó.

¿Crees que es así?

Sí, lo creo. Tal vez en otros géneros literarios no sea así. Pero en el teatro la escena es otra escritura. Los actores siempre tienen algo qué decir o hay elementos que la misma escena te da y ya no es necesario decirlos. Regularmente, al momento de montar la obra, le haces recortes al texto, casi nunca agregas algo.

Hay cierta inclinación hacia el teatro del absurdo: actuaste en Fin de partida, de Beckett y ahora Un torso rindes homenaje a Alfred Jarry. ¿Te atrae el teatro del absurdo? ¿Por qué?

Me atraen los autores. Me parece que Beckett y Brecht son los únicos dramaturgos del siglo XX que encuentran su propia voz, exceptuando, claro, a los realistas y a los naturalistas que más bien fueron del XIX pero asomaron la cabeza en el siglo XX. Esos personajes me atraen y me inspiran; fueron “cuates” que dijeron “yo tengo algo más que decir y tengo una nueva forma de decirlo”. Esperando a Godot se pone al tú por tú con una obra clásica de Shakespeare, por ejemplo. En este momento estoy trabajando a Beckett para la beca del FONCA.

¿Por qué Beckett y no otro?

Pues no sé, por su pesimismo, su depresión. Beckett está más vigente que nunca porque la depresión, por decirlo de alguna manera, es el sentimiento de moda de nuestra generación. Es la época de la desesperanza, o de esperar sin esperaza, como los personajes de Beckett. Nunca se había predicho con tanto afán el fin del mundo, todos los días es una fecha fallida y tal parece que nos desilusionara cada vez que fallan estos farsantes profetas. Así que de algún modo, como los protagonistas de Godot, hemos vuelto nuestra vida en una cuestión de esperar, nada más.

¿Hasta qué punto sientes que el teatro actual incide en la vida de la sociedad?

Por principio no creo que haya un “teatro actual”, seguimos montando a Shakespeare. Hay buenos dramaturgos ahora, pero no dirigen, entonces sus obras se quedan ahí. La gente no lee teatro, si viajas no te llevas un libro de teatro, llevas una novela o un libro de cuentos, no te encuentras la revista Paso de gato en una sala de espera. El teatro ya no es tan popular como antes.

¿Entonces, si no hay “teatro actual”, qué diferenciaría al teatro clásico, de los griegos o de Shakespeare, del teatro que se hace ahora?


Que antes estaba bien escrito. La forma de escribir ahora busca, si no el realismo, sí la verosimilitud; que alguien hable en verso en una obra es ficción, y la gente ya no “le entra” a eso. El lenguaje cambió, y ahora escribimos mal porque hablamos mal. Esto es una postura personal, seguramente habrá quien quiera llevarme a la hoguera por decirlo.

El teatro del español Calixto Bieito, que tiene gran prestigio a nivel internacional, presenta óperas y obras clásicas donde, por ejemplo, Don Giovanni viste la camiseta del Barça y Macbeth es un violador drogadicto. ¿Qué está pasando?
A mí no me gusta ese teatro. Me pregunto qué escribiría Shakespeare de haber vivido en esta época o qué pensaría de ver sus obras interpretadas así. Lo que define el trabajo de un autor son sus vivencias, así que un Shakespeare actual hablaría de Bush o de los migrantes. Creo que en ese sentido en el teatro sigue estando reflejada la realidad social o la realidad sigue estando reflejada en el teatro.

¿Cómo defines el teatro que tú haces?

Es un ejercicio de búsqueda. No me considero escritor, se necesita otro talento para ser escritor, lo que me gusta es contar historias. Supongo que cuando ves tantas películas te das cuenta de la estructura que hay para contar una historia y escribir te resulta más fácil. Lo que escribía se parecía más al cine que al teatro, precisamente por la forma: había escenas en mil lugares y siempre una voz en off. Y curiosamente esa voz en off que aprendí del cine, la uso como herramienta en mis obras: la llaman “narración escénica”o “teatro narrado”. Me gusta porque así evitas las acotaciones al momento de dirigir, es lo que llamo “la palabra con virtud creadora”: evocar imágenes sólo con la actuación. De hecho lo que sugiero es que mis obras se presenten en espacios vacíos, sin elementos escenográficos, para que todo quede en la palabra.

¿Tienes otras actividades además del teatro?

Leo narrativa y poesía y de vez en cuando ensayo, ahorita casi no leo teatro. El año pasado, por cierto, no escribí nada porque estuve redactando proyectos y juntando papeles para las becas. ¡Todo un año! Son demasiados requisitos.

¿Qué autores lees?

En este momento leo exhaustivamente a Samuel Beckett porque estoy escribiendo sobre él; hubo una temporada que “me clavé” leyendo a autores del siglo XIX, a Jarry, a Zolá, algo del existencialismo.

¿Qué música escuchas?
Un poco de todo, pero nada nuevo. Para la obra de Un torso escuché muchas veces una parte del “Réquiem” de Mozart, mientras escribía la escena donde Marcel llega a matar a Felicia. Es una parte muy desoladora y trágica. Si bien la música conduce a ciertos estados de ánimo, también construye atmósferas. Cuando escribí mi obra anterior (La luna no está allí) que sucede en los años 50 y 60, escuchaba mucho jazz, sobre todo a Miles Davis y Coltrane. Me gusta ser minucioso con los datos históricos; reconstruir a través de la palabra una época, porque no hay acotaciones en mis obras. A eso me refiero cuando te hablo de “la palabra con virtud creadora”: que no sea necesario que los actores estén dentro de un auto sino que digan “estamos en un auto” y se evoque la imagen en el espectador. Es algo que logra el teatro que no puede hacer el cine.

¿Te has visualizado en el futuro?
No, y la verdad me angustia el futuro. De pronto he tenido deseos de regresar a la pintura (risas). ¡En serio! En el teatro te das cuenta que ya no hay nada más que decir o que tú no eres tan bueno; esas cosas me atormentan un poco. Citando al Fofi, creo que mi trabajo “es un ejercicio que ya parece teatro”. Se trata de encontrar tu propia voz y decir algo. En Un torso, me parece que lo logro. En la Ciudad de México alguien me decía “yo escribo para mis cuates”, y es egoísta pero muy inteligente, porque cuando escribes específicamente para una persona, terminas hablándole a todos. La obra del torso se la escribí a mi pareja por todo lo que no le pude decir cuando “tronó” la relación. La historia no es tal cual, uno distorsiona su propia realidad pero conserva la esencia; hay que darle una vestidita que la haga más atractiva.

¿Tu familia está relacionada con el teatro, con las artes?
Para nada, mi papá es ingeniero y mi mamá se dedica al hogar y antes era trabajadora social. Tampoco mis hermanos, el mayor es biólogo y mi hermana menor está en la secundaria. Mi papá tiene cierta nostalgia del teatro que vivió de niño y de esos cines viejísimos. En su estantería de películas tiene una sola, Cinema Paradiso, y dice que le recuerda mucho esa época. Quizá por esa nostalgia cuando les dije que me interesaba el cine y el teatro me apoyaron desde el principio.

¿A qué personalidades del teatro admiras?

A muchos, por principio a mis compañeros. A Shakespeare todos le debemos algo. De los actuales a un sueco, Strindberg: tiene una gran capacidad para desmenuzar la sicología de los personajes -eso es algo que a nadie le gusta decir “la sicología de los personajes”- pero un escritor debe tratar de escribir lo que siente exactamente como lo siente. No es nada fácil, porque si ni tú mismo puedes definir cómo te sientes, menos puedes escribirlo. Strindberg lo logra, él encuentra las palabras precisas para que los personajes expresen lo que sienten exactamente cómo lo sienten.

¿Quién te gustaría que viera tus obras?

Cuando presentamos Un torso invitamos a Emilio Carballido y para nuestra sorpresa asistió, sin embargo, aunque me sentí muy halagado porque “Carballido estaba en el público”, lo que me tenía realmente emocionado y hasta nervioso es que ahí estaba mi papá.





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