Dale dale dale, no pierdas el tino


"Hay que darle un sentido a la vida, por el hecho mismo de que carece de sentido"
Henry Miller

Siempre he creído que las señales de la vida están ahí, sólo hay que estar atentos.
Pero si no estamos atentos, basta con ser creativos.
Estuve en casa de mamá el pasado y largo fin de semana. Llegué cansada del viaje, había dormido poco la noche anterior y después de comer con mis tías y el chismecito y el postre, y ándale mijita otro poquito; me despedí y fui a casa de mamá a tomar una siesta. Cuando entré a la casa escuché que al lado tenían una fiesta de cumpleaños y, apenas puse la cabeza sobre la almohada, la animadora anunció que saldrían al patio a romper la piñata; al patio que está justo debajo del balcón de la recámara de mi mamá. Me levanté de la cama, cerré la puerta del balcón, la ventana, pero los cantos desde el micrófono no me dejaban dormir. Dale dale dale, no pierdas el tino, porque si lo pierdes, pierdes el camino, dale dale dale, dale y no le dio, quítenle la venda porque sigo yo, tan tan.

Una y otra vez la animadora repetía la canción en el micrófono, dale dale dale, no pierdas el tino, y aunque traté de ignorar el canto, después de diez repeticiones aquello era imposible. Dale dale dale…
Abrí los ojos. Miré por la ventana desde la cama: no pierdas el tino, porque si lo pierdes, pierdes el camino. La animadora cantaba con un poco de prisa y me imagino que la atadora de vendas era habilidosa, porque los cantos tenían apenas una pausa entre el tan tan y el siguiente dale dale. La voz parecía mecánica, un canto y el sigiente no tenían ninguna viariante, ningún cambio de ritmo. Los repetía esa mujer (que pronto me enteré que era Cenicienta) con la misma energía y la misma prisa. Tan tan.

Desde la cama cantaba mentalmente sin darme cuenta y como pensamientos paralelos comencé a recordar Xalapa. Pensamientos aislados, recuerdos de las calles, de la UV, del Cali, de Las Tapas del Gallego, de Betancourt. Recordé lo que acababa de leer en el libro de Neuman: los que creen que el lugar donde nacieron es su patria, sufren; los que creen que cualquier lugar podría ser su patria, sufren menos; pero los que saben que ningún lugar será su patria, esos son invulnerables.
Dale dale dale, no pierdas el tino. Alcancé a escuchar una vocecita briosa que todavía sin pronunciar correctamente, coreaba la canción con Cenicienta. Sentí ternura. Tan tan.

Todavía hace algunos meses pensaba en encontrar mi lugar en el mundo, pero después de la vida nómada comprendí que cualquier lugar es mi lugar. Y empecé, en verdad, a sufrir menos. Me está gustando Neuman. Luego recordé que en una película de esas rosas que pasan en la tele, una mujer decía que sabes que has encontrado al amor de tu vida (que no es lo mismo que el amor de tus sueños) cuando tomas un tren y no te importa a dónde va, mientras vayan juntos.
Interesante.
Desde la cama, dale dale dale, pensaba en ese tren y en que el sentido verdadero de los caminos está en las personas y no en los lugares. No está en las cosas, no en los trabajos, no en las casas con terraza.
“No importa a dónde vaya el tren mientras vayamos juntos”. Pensé en ésto no sólo en el amor, lo pensé en la familia, en los compañeros de trabajo.
Un camino tiene sentido por quienes van en el tren con nosotros.
Luego me volé: ¿las personas por nosotras mismas podremos ser un camino?
En definitiva las personas no somos una meta, pero ¿un tren?
Y luego canté: “llevo la voz cantante, llevo la lu-uuuz del tre-ee-en llevo un destino errante…”

Comprendí que el tiempo pasó, que Xalapa para mí ya es otra porque ya no estoy en ese tren y, también comprendí algo que sentí muy adentro: ya no estoy en ese camino.
¿Entonces en qué camino estoy ahora? Todo el mundo dice que hagamos lo que nos hace felices, pero cómo sabemos qué nos hace felices si no nos conocemos. Nada más difícil que descubrir qué nos hace felices y entonces hacerlo y ser felices.
Mi caso es una burla, me convenzo muy fácilmente de que lo que hago me hace feliz (y por favor tómese mi concepto de “feliz” con cautela y dos de azúcar) y esa situación, que es además asquerosamente cursi, lejos de ser positiva es una de las causas de mi infelicidad. Paradoja. Soy idealista, qué le vamos a hacer.

Un amigo me dijo un día, desafiando a Aristóteles “tú no eres lo que haces”. Y aunque discutimos mi desacuerdo, me obligó a pensar qué soy, más allá de lo que hago. Recuerdo que disfruté mucho pensar en eso: qué soy. Aunque mi rumi dice que es un síntoma más de la crisis de los treinta.

Desde la cama en Xalapa, estuve pensando de nuevo en esa pregunta: qué soy. Y me respondí que somos un oficio genérico, no un oficio específico; lo que somos se define a partir de nuestros talentos y no de nuestras acciones. Un ejemplo: yo soy pensadora, no antropóloga o educadora. Mi hermano es sanador, no veterinario.
Con los ojos bien abiertos, desde la almohada, me rendí a escuchar a Cenicienta: dale dale dale no pierdas el tino, porque si lo pierdes pierdes el camino...

Bah, era muy simple. Mi señal sacada de la manga taladraba en el balcón hacía media hora.
Tan tan.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Nunca había leído tu blog y me alegra mucho haber comenzado con este post. Justo escribía yo en el mío, pero aún no termino.

Y la coincidencia es bárbara, también escribo sobre caminos o más bien coordenadas y ruinas. También, justo ahora, me preguntaba casi lo mismo que tú.

¡Qué gusto leerte!

Un abrazo grande grande.
marialaura
Miss B. ha dicho que…
Hay un deseo que pido siempre que pasa un tren y tú aquí, escribiendo de trenes, caminos y señales.
Nada sucede por casualidad, nada...

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