Amor


La semana pasada fui a un concierto-homenaje "al compositor y maestro regiomontano Nicandro Emilio Tamez". Jamás había escuchado de él.
El concierto se llamó "Non Jazz" y la música no fue precisamente fácil de escuchar, me hizo pensar que si uno de esos cuadros abstractos, de manchones y pinceladas, pudiera escucharse, sonaría como eso que escuchamos de Tamez. Estuve la hora y media que duró el concierto sentada en una de las butacas centrales, tratando de encontrar el sentido de aquellas notas que parecían salir desordenadas de las tres guitarras, la batería y el bajo.
De pronto una mujer subió al escenario, casi al final del concierto, y por la presentación supimos que era la viuda del músico homenajeado. Comenzó a recitar:
Pleroma plétora
Metaro
Leto, poma, poro
Poro y rama
un, uno solo, abisal, latente
latente y latiendo
su mirada factológica
única, reflexiva
suspiro perfectísimo

(Y la música sonaba como si uno pegara la oreja en una lavadora y de fondo tocara un disco de Pink Floyd)

¿Qué es la vida de lo increado?
¿Cuándo fuiste, señor, uno, dos, mil?
Y quién es
no hay sentencia
materiosuperbe
no pesa, sin volumen, sin eco
ni sombra cronotanática
sólo amoroso
trepidante en su vigor
no cualificado
y sin embargo
ahí ya ella
porque él es pleroma y plétora
de ella-él
cópula hipercósmica
sólo se ama a sí
que proyecta vectores
hacia mil y mil
de todas las parejas copulantes
amatorias
y atruena con su palabra y creador
verbo
a cuyo soplo el espíritu accede
y envuelve mis miasmas
que hablan de nadas
en campos espacios y tiempos
pero él es ella
ella-él
es eso solo
eso es
amor oropéndola
oro-poma
otero
orotemático
aro telúrico
amo reticular
L
P

La mujer repitió una y otra vez los versos en desorden, como en desorden estaban las notas, pero el sonido de sus palabras parecía tener cada vez más sentido, cada vez más ritmo, como si al decirlo una y otra vez se revelara el sentido del poema. Plétora, pleroma, aro telúrico, eso es. La mujer tenía unos sesenta años y usaba el cabello suelto hasta el cuello, con una raya enmedio. Llevaba anteojos, canas, un pantalón de poliester, una blusa de flores. Era una abuela. Una abuela recitadora. No pesa, sin volumen, sin eco, ni sombra cronotanática, sólo amoroso. La repetición de versos era interminable, la obra duró más de diez minutos. Oropéndola, metaro, poro y rama. Su voz sonaba hermosa, lenta, clara, pero sobre todo lenta. Suspiro perfectísimo, latente y latiendo, su mirada fáctológica. Empecé a sentirme hipnotizada por la voz de aquella mujer mientras en el escenario comenzaron a hilarse las notas con su voz y su voz con las notas. Fue una experiencia rara, pero una experiencia que me emocionaba y que me hacía sentir, de verdad, adentro de uno de esos cuadros de manchones y pinceladas desordenadas que pocos entienden y que a mí no me gustan.
De pronto supe que hablaba del amor, ¡eso es, eso solo, sin eco sin volumen, no pesa! Y que todas esas palabras y esas notas eran una descripción del amor, y la vi a ella sentir amor cada vez que salía el aire de su boca para decir uno de los versos que había escrito su marido muerto, oro-poma, amo reticular. Y me emocioné muchísimo con la música-poema interminable. Un, uno solo, abisal, latente, latente y latiendo.

Al final corrí al escenario a preguntarle, con verdadero interés, dónde podía conseguir una copia de ese poema (poemópulo rarísimo). Me preguntó para qué lo quería y le confesé que me había encantado, que me había parecido una descripción del amor bellísima y le conté que escribía y que me gustaban las palabras y, bueno, usted sabe... Me sonrió y me dio la hoja que llevaba en la mano, la misma que leyó en el escenario y que parecía tener su voz grabada en cada palabra. Pleroma, metaro. Me sentí halagada. Entonces le pregunté si era un poema aislado o si era parte de la melodía y me dijo que la composición completa era la música y el poema, y que en las instrucciones para tocarla-leerla decía "el orador puede entrar en cualquier momento y leer cualqueira de los versos en el orden que desee hasta que termine la música".

No puedo decir que me convertí en fan de Nicandro Tamez, ni siquiera puedo decir que me gustó el concierto. Pero esa mujer sigue grabada en mi cabeza.

La belleza tiene formas raras de manifestarse.





Imagen: Techo del Hotel Washinton Plaza reflejado en una camioneta. Foto: Kika

Comentarios

Ernesto ha dicho que…
Saludos desde la húmeda Xalapa...

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