¿Cuánto tiempo tarda en formarse una arruga?


Hoy puedo decir que las dos primeras arrugas de mi rostro tardaron en formarse veintisiete años y once meses. Llevaba tiempo observando diariamente dos pequeños pliegues (todavía no arrugas) que se dibujaban de vez en cuando: una pata de gallo en el ojo derecho y un “paréntesis” al lado de mi boca del lado izquierdo. Eran pliegues tímidos que de pronto desaparecían y me confundían, sólo se dejaban ver durante las tardes o las noches, cuando el estrés endurecía mi cara. ¿Cómo saber cuándo nombrarlos "arrugas"?, ¿cuándo darles la bienvenida?
Creo que las mañanas, cuando despertamos con la piel relajada, son el mejor momento para descubrir si nuestro rostro tiene una arruga nueva que ha llegado para quedarse: cuando despertó la arruga todavía estaba allí.
Me enorgullece que esas dos líneas nuevas, mis primeras arrugas permanentes, no aparecieran en el ceño o en la frente, me gusta pensar que éstas están asociadas a la sonrisa.

He pensado muchas veces en la vejez, en cómo seré de vieja, qué haré, en qué pensaré, qué me hará feliz. Sin embargo, lo que más me intriga de la vejez es el proceso en sí, quizá por eso le presto tanta atención: ¿qué se siente envejecer? ¿qué se siente ver en el espejo tu cambio físico, recordar tu rostro sin arrugas en las fotografías y pensar “así era yo”?
Envejecer y crecer no es igual. Ningún niño hace caso del estiramiento de sus huesos y de la forma que adquiere su cuerpo a medida que cumple años. Envejecer, en cambio, está presente siempre, “nos estamos haciendo viejos”, y si acaso quedaran dudas, los dolores físicos y el cansancio de todos los días no nos dejan olvidarlo.

Hace algunos años noté que la vejez no tiene lugar en el ciclo biológico natural: nacer-crecer-reproducirse-morir. Por lo tanto, en su calidad de “ninguna parte” (casi tan crítica como la adolescencia) ha hecho crecer las millonarias cuentas de cirujanos plásticos, vendedores de Secretagogue, cremas antiarrugas, implantadores de pelo y demás empresarios con fuentes caseras de la eterna juventud. Nadie quiere envejecer, la ley natural lo ha dicho: después de tener hijos, a morirse.
La vejez es la forma más dramática de la metamorfosis humana. Recuerdo a Elena Garro, en las fotos de Memorias, joven, rubia, irresistible, y después volví a verla en una foto en Internet, arrugada y encogida, con un gato en los brazos. El mismo asombro tuve cuando murió Juan Pablo II; los noticiarios lo mostraron elocuente y vigoroso en su enorme silla, un rey para un trono, y luego, tan sólo cinco segundos después, en las imágenes aparecía calvo y mudo en una silla de ruedas. En dos imágenes de sí mismos, dos personas.

El rechazo de la vejez quizá radique en que parece una imposición. Mi abuela a los 85 años, decía que se sentía de veinte: “todos los días me levanto con ganas de comerme al mundo, pero este cuerpo ya no me deja”. ¿De qué se trata entonces? ¿Qué clase de ajedrez juega dios con los espíritus viejos y los espíritus jóvenes? (Adriana HELP ME) Me he encontrado con treintones que viven tan recatadamente como si no quisieran vivir más; como si ya nada terrenal los sorprendiera. Y por el otro lado, mi abuela que hasta hace un par de años todavía quería editar su recetario de comida mexicana y no dudo que aún tenga esperanzas de ser famosa y salir en la televisión.

Hay una falsa imagen social de la inutilidad de los viejos. Al parecer el objetivo de la vejez es “sobrellevar el mientras tanto”, es decir, el “mientras te mueres”. Pero el “mientras tanto”, no es productivo y el que no produce, no sirve. Como sociedad nos empecinamos en marcar la exclusión de los viejos, sutil, pero enérgicamente; ahí están las acreditaciones del INSEN y los rimbombantes títulos de los Adultos en Plenitud, de los Adultos Mayores y las personas de la Tercera Edad. La vejez, como tal, parece que no existe en las instituciones. En ocasiones me molesta que los viejos se crean este cuento y se autoetiqueten “inútiles”, ¿cuántos realmente lo son? ¿y qué es la inutilidad: disfrutar la vida es inútil? ¿mirar, pensar, conversar? En este tiempo de medicina avanzada y de cada vez más esperanza de vida la inutilidad de los viejos es una falacia. Recuerdo que Lucky, la bisabuela de mi amiga Cristina, estaba radiante en su fiesta de cumpleaños número cien; saludando como princesa de carnaval, mandando besos, platicando y brindando (¿estaría ebria como todos?). Y aunque “no hace nada” todavía se es útil para disfrutar su centenaria vida y a su enorme familia. Por cierto, una vez Lucky me platicó angustiada de su hija Rosita (la abuela de mi amiga): “es que Rosita cada vez se queja más del riñón y estoy preocupada. Ella es la que me lleva a caminar, me hace de comer y me cuida… ¿te imaginas qué va a ser de mí cuando se muera Rosita?”. En la vejez tienes tanta vida adentro que es el mejor momento para convertirte en poeta, para convertirte en sabio; además el mundo está ávido de humanos que aporten belleza y sabiduría.

Mi preocupación no está, si es que pareciera, en el hecho de ser viejo. Hacerse viejo es la acción que me interesa. Ese proceso lento de desgaste del estuche humano que ocupa el alma, el espíritu o lo que sea. Hacerse viejo es una transformación silenciosa en la que nadie repara, aún siendo el cambio más violento que vive un ser humano. Menos mal que la naturaleza además de sabia, es buena, y se lleva años en jugárnosla. La transformación de un adulto a viejo es tan brutal como si se convirtiera en ave o en iguana. Qué más da que nos salgan arrugas, plumas o escamas ¡todas son igual de pavorosas!




Imagen: Mi abuela, la princesa, hace cinco años en San Miguel. Foto: Kika.

Comentarios

Silvana Muzzopappa ha dicho que…
Acabo de llegar a tu blog.
Comparto lo que escribís sobre las tus inquietudes del envejecimiento. Y agrego que siempre me pregunto, al ver a mis abuelos, también octagenarios, cómo será vivir con tantos recuerdos encima.

Saludos,
Shirubana.
Luis Barria ha dicho que…
De tiempo somos.
Somos sus pies y sus bocas.
Los pies del tiempo caminan en nuestros pies.
A la corta o a la larga, ya se sabe, los vientos del tiempo borrarán las huellas.
¿Travesía de la nada, pasos de nadie? Las bocas del tiempo cuentan el viaje.
Eduardo Galeano

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