Diario de la pandemia: Día 26


La ansiedad es el resultado de querer controlar el futuro.
La angustia, es querer controlar el pasado
Shihan Ryu Shinzo

El jueves 19 de marzo fue el primer día que informaron en San Miguel las medidas de seguridad y se nos sugirió permanecer en casa para evitar la curva de contagios del COVID-19. Ese día fui a Senderos y escribí más de ocho páginas en mi libreta azul en las que dejé testimonio de mi hartazgo, de mi cansancio y de mi necesidad de reinvención. La última página está en mayúsculas y tiene muchos signos de admiración.

Hoy 14 de abril, cumplo oficialmente 26 días guardada.

Sí he salido. A Soriana una vez, la primera semana en compras de pánico, dos carritos. Después me arrepentí porque las cosas ni siquiera cabían en el refri... Idiot.
A Soriana otra vez, la segunda semana porque ya no había queso de la vaquita.
A caminar al Charco del Ingenio. El 28 de marzo, tal como hice el 28 de marzo de 1999, cuando Jorge había muerto y yo solo quería estar escondida. Increíble como su ausencia sigue estando tan presente en mi vida 21 años después. Siempre lo extraño.
A casa de mi madre la semana pasada, para llevarle unas hojas de acuyo y sus tuppers que ya se habían acumulado en casa (por itacates varios en fechas varias: pozole, cochinita, bacalao y el molde del pay de limón).
Y la salida más reciente fue hoy a una junta presencial de trabajo, en un campo abierto, todos con manos lavadas y cubrebocas. De todos los días, hoy ha sido el que se ha sentido "más normal".

No quiero hacer análisis del COVID-19 aquí. Estoy harta.
Solo quería sentarme a escribir.
Porque sí. Para mí. Para ordenar mis ideas, para sentir cómo se resbalan los dedos en el teclado y empiezan a salir palabras, es magia, tic, tic, tic, tic, tac, tic, tic, tac (el tac es de la barra espaciadora).

He pensado mucho si quiero escribir este diario, que aunque no sea diario lleve al menos mi registro de la pandemia. He pensado qué voy a escribir, en qué formato, si documentaré gráficamente mi proceso y, después de toda mi tormenta, lo único que tengo claro es que cuando empiezo a escribir hay algo adentro que no me deja parar, quiero escribir todo lo que dice mi mente, sin pausas, como si mis manos fueran solamente la herramienta traductora de mi cabeza, como hacen las mujeres de los juicios que transcriben lo que se dice en taquigrafía. Yo transcribo en esta caja de texto lo que me dicta mi cabeza. Lo juro, no estoy haciendo ni una pausa, no corrijo, solo transcribo. Regreso si alguna palabra está mal escrita, error de dedo, pero nada más. Transcribo.

Pienso que estoy influenciada por el estilo de Fernanda Melchor, a quien estoy leyendo por segunda vez y, debo decir, más por encargo que por gusto. Siempre me pasa, leo a Bolaño y ahí voy a escribir de corrido sin diálogos, como la Melchor un poco... El mono mimético que contaba Pitol que contaba Stevenson. Pero este diario es para contar lo que vivo en el día a día, en esta etapa de vida que, sin duda, en todo el mundo, es histórica.
Parece una broma, la crisis es tan sutil, no es un tsunami, la gente no despertó y su casa se había ido, el encierro es psicológico y por eso nos estamos volviendo locos.
Beth organizó un zoom la semana pasada, el primer "ELLA Talks Virtual", con una chica que hablaba de cómo la respiración es una herramienta, la única quizá, que nos recuerda que estamos en este momento. "No puedes respirar al rato, ni dejarlo para mañana" dijo la chica en la pantalla. Y sí, es cierto, respiramos todo el tiempo y si queremos conectarnos con el presente solo hay que poner atención en la respiración. Habíamos 26 chicas conectadas desde España, Costa Rica, Chile y México y compartimos las similitudes del estilo de vida del confinamiento. Una chica había lavado tres veces la alfombra y pensaba en adoptar un perro, todas le dijimos que sí, que adoptara dos, pero luego estaba la angustia del dinero, su trabajo pendiendo de un hilo y las croquetas, las vacunas, los paseos... Quizá era sumar más estrés a su vida estresante de por sí en ese departamento.
Yo he trabajado de más en el jardín, hice un huerto, estoy germinando albahaca, calabazas y jitomates y, aunque esta vida se parece mucho a mi vida de antes, el hecho de saber que no puedo salir me genera ansiedad. Es ridículo. Ahí está la sutileza de esta crisis pendeja. Entonces medito, practico yoga con Elena Malova en Youtube, y termino el día viendo Netflix y comiendo quesadillas en cama. Ya tengo dos perros y dos gatos.
La chica de Costa Rica dijo que estamos acostumbrados a ser máquinas de trabajo y que, lo que estaba pasando ahora es que habíamos trasladado esa máquina de trabajo a casa y por eso lavamos tres veces la alfombra y hacemos un huerto y germinamos jitomates (el canal de "La huertina de Tony", es buenísimo, por cierto). "Hay que darnos cuenta que los seres humanos no estamos diseñados solo para trabajar, también hay que dejarnos hacer nada, el ocio es igual de importante" dijo, y luego nos contó que cuando sus hijos le dicen "mamá estoy aburrido" ella los celebra y les dice "qué bueno porque ahora te pondrás creativo".

Respirar. Aburrirnos. Hacer nada. Ser creativos.

Las primeras dos semanas, ahora lo veo, estaba en una prisión mental propia, hecha a mi medida, organizando mi tiempo con la cabeza, preparándome "con buen ánimo" y planes de productividad para este periodo, ¡ñoña para siempre! Pero solo pasó esto: Terminé agotada. Ni hago el jardín todos los días, ni la yoga de Elena Malova, ni soy tan organizada para ser productiva, ni siquiera cocino diario ensaladas tan saludables. Así que esta semana me rendí. Me bajó el jueves, lloré toda la mañana del viernes y toda la mañana del sábado (que además fue mi cumpleaños y mi madre me mandó un kit de celebración con dos gorritos de diamantina, un pastel con bengala, papas fritas y dos empanadas. Rompí en llanto cuando lo vi). El domingo "no hice nada", me aburrí, me deprimí a mis anchas y entonces el lunes llegó despacio. Un día a la vez, con calma, con paciencia.
Putas hormonas.

Estuve tan triste el fin de semana, que hasta pensé en mudarme de San Miguel; pensé que al final de cuentas yo siempre he sido nómada, que esta es la primera vez que vivo en un solo lugar por tanto tiempo y que quizá eso me asfixia. Pensé en mudarme a Ürgup, en irme a Puerto Escondido, en empezar, otra vez, ooootra vez, en cualquier lugar con mar. ¿En serio?
Pero el lunes llegó despacio, decía, y mi idea gitana se fue junto con mi tristeza después de hacer un súper catálogo de productos orgánicos para mi nueva clienta. Hacer cosas bonitas me regresa al centro. Gotitas de "normalidad".
Y además amanecí con 39 años.

Ayer otra vez estuve en el jardín, ahora estoy diseñando una palapa para el patio trasero, pero también respiré.
Un día a la vez. 
Día 26 check.
Erika y sus 39 años haciendo uso del kit de celebración que envió Lety.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Qué gusto leerte, Érika, aunque sea que lo que te provoca la pandemia sea la causa de este post.
Por acá la paso con mi padre y mi hermano, obligados a llevarnos bien, jeje.
Muchos cariños,

Nadia González

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