Los sueños que reclaman
Desde que tengo el poder de firmar cartas de servicio social, me he vuelto popular entre los universitarios. Es una situación que me parece muy cómica, pues cada vez que alguno de ellos debe reportar su ausencia al servicio me veo reflejada tratando de convencerme -ahora a mí misma- con pretextos que siguen siendo los mismos de siempre, y que van desde la abuelita enferma hasta el perro que se comió el reporte. De verdad, las etapas de la vida tienen sus sellos imborrables.
Hoy recibí a uno de esos estudiantes y cuando nos despedimos, me confesó que dejaría la universidad para convertirse en músico. La noticia me encantó y no pude más que felicitarlo con efusividad, tal vez demasiada porque se sorprendió de mi reacción. Le desee buena suerte y le di una palmada en la espalda como me la dio a mí algún maestro alguna vez. Entre administrador de empresas o músico, aunque sea mal músico, le hará mejor al mundo tenerlo como lo segundo.
Era casi la una de la tarde cuando terminó mi cita con el estudiante y salí a comer algo. En Monterrey, algo que me gusta es que la hora de la comida empieza a la 1pm y ese horario resulta un alivio para los que desayunamos a las ocho. Llegué al Todos Santos, un nuevo café galería justo a la vuelta de la oficina y ordené un sándwich. Era la única en el local. Sólo me acompañaban la cocinera y el dueño, que es un buen amigo mío. La temperatura del día me permitió comer en la terraza (hoy apenas alcanzamos los 35°) y desde mi mesa pude platicar con la cocinera sobre los sueños.
No sé cómo me empezó a contar que su marido estaba "de arrimado" en su casa, a veces le decía "amigo" y ya no "esposo" para que le quedara claro que ella no era más su mujer. Según me dijo el hombre había sido borracho y mujeriego, pero ahora que está viejo y acabado no es más que un bulto en el sofá.
Me pareció muy dura la manera como la mujer se refirió a su "amigo", pero quién sabe. Ella me dijo "cada quien se gana la forma como lo trata la gente" y ya no hablamos más del tema. Luego me contó que sus nueve hijos ya están casados, que ella tiene 58 años, que se casó a los quince y que ese, el de cocinera, era su primer trabajo formal porque su marido no la había dejado trabajar nunca.
El primer trabajo formal en toda su vida.
La felicité y le dije que, ahora que estaba sin responsabilidades en casa, podía enfocarse sólo en ella y hacer lo que siempre había querido hacer. Qué afortunda es usted, doña Carmen. Entonces recordé al administrador desertor y le pregunté: ¿usted qué quería ser de grande? Es decir, cuando era niña, ¿cuál era su sueño?
Se quedó pensando un rato recargada sobre la barra de servicio que da a la terraza y pronto me di cuenta de que la pregunta le sonó tan rara como si le hubiera preguntado cuántos ojos tiene una mosca o el nombre de los satélites de Saturno.
Por ejemplo, cuando yo era niña, le dije a la cocinera, quería ser bailarina y traté varias veces de inscribirme en la facultad pero nunca me atreví porque en mi familia nadie es artista y me creí el cuento de que eso de querer bailar era más bien un hobbie y no una profesión verdadera. La cocinera me miraba atenta y en silencio, noté que estaba pensando para sí, ya había entendido mi pregunta, se le notaba en los ojos -que eran brillantes y marrones- y estaba escarbando en sus recuerdos, no esto no era, bueno quise ser, o era esto...
Le expliqué que ahora me doy cuenta que yo debí ser artista: escritora, pintora, escultora, fotógrafa, poeta y, claro, también bailarina. Y que esa vocación que sigue adentro de mí y no quise despertar en su momento, me reclamó durante muchos años y logró que me enojara con la vida y me volviera enfermiza y achacosa. Hasta hace pocos años que me reconcilié con ese sueño me sentí más tranquila y, ahora, con una carrera de antropología y un trabajo sobre educación encima, también me doy tiempo para ser un poco artista, porque al final eso es lo que verdaderamente me hace feliz.
Le quise contar del administrador desertor, pero me di cuenta que había hablado demasiado y en cuanto hubo el primer silencio de mi parte ella me dijo, casi con prisa: la cocina. Siempre había querido trabajar como cocinera. Eso es lo que más disfruto hacer.
(Y yo se lo agradezco infinitamente porque su comida es deliciosa y es lo más cerca de la oficina y de mamá que tengo).
Ambas sonreímos y asentimos con la cabeza. Luego ella siguió cocinando con su sueño y yo seguí comiendo con el mío. En silencio comencé a pensar en los sueños de mi madre que quiso ser maestra de preescolar; en mi papá que hubiera elegido la veterinaria en lugar de la odontología, y en mi abuela, que aunque no me lo ha dicho, estoy segura que quiso ser princesa.
Los sueños reclaman su lugar más allá de las actividades que realicemos como ingenieros, dentistas, antropólogos o amas de casa. Se me ocurre compararlo con una ardilla parada en una roca gritándole al mundo ¡soy una margarita silvestre, véanlo todos, admiren mis pétalos y aspiren mi perfume", cuando no debe más que mirarse el pelo, los dientes, las patas y las orejas, y saberse ardilla.
La felicité y le dije que, ahora que estaba sin responsabilidades en casa, podía enfocarse sólo en ella y hacer lo que siempre había querido hacer. Qué afortunda es usted, doña Carmen. Entonces recordé al administrador desertor y le pregunté: ¿usted qué quería ser de grande? Es decir, cuando era niña, ¿cuál era su sueño?
Se quedó pensando un rato recargada sobre la barra de servicio que da a la terraza y pronto me di cuenta de que la pregunta le sonó tan rara como si le hubiera preguntado cuántos ojos tiene una mosca o el nombre de los satélites de Saturno.
Por ejemplo, cuando yo era niña, le dije a la cocinera, quería ser bailarina y traté varias veces de inscribirme en la facultad pero nunca me atreví porque en mi familia nadie es artista y me creí el cuento de que eso de querer bailar era más bien un hobbie y no una profesión verdadera. La cocinera me miraba atenta y en silencio, noté que estaba pensando para sí, ya había entendido mi pregunta, se le notaba en los ojos -que eran brillantes y marrones- y estaba escarbando en sus recuerdos, no esto no era, bueno quise ser, o era esto...
Le expliqué que ahora me doy cuenta que yo debí ser artista: escritora, pintora, escultora, fotógrafa, poeta y, claro, también bailarina. Y que esa vocación que sigue adentro de mí y no quise despertar en su momento, me reclamó durante muchos años y logró que me enojara con la vida y me volviera enfermiza y achacosa. Hasta hace pocos años que me reconcilié con ese sueño me sentí más tranquila y, ahora, con una carrera de antropología y un trabajo sobre educación encima, también me doy tiempo para ser un poco artista, porque al final eso es lo que verdaderamente me hace feliz.
Le quise contar del administrador desertor, pero me di cuenta que había hablado demasiado y en cuanto hubo el primer silencio de mi parte ella me dijo, casi con prisa: la cocina. Siempre había querido trabajar como cocinera. Eso es lo que más disfruto hacer.
(Y yo se lo agradezco infinitamente porque su comida es deliciosa y es lo más cerca de la oficina y de mamá que tengo).
Ambas sonreímos y asentimos con la cabeza. Luego ella siguió cocinando con su sueño y yo seguí comiendo con el mío. En silencio comencé a pensar en los sueños de mi madre que quiso ser maestra de preescolar; en mi papá que hubiera elegido la veterinaria en lugar de la odontología, y en mi abuela, que aunque no me lo ha dicho, estoy segura que quiso ser princesa.
Los sueños reclaman su lugar más allá de las actividades que realicemos como ingenieros, dentistas, antropólogos o amas de casa. Se me ocurre compararlo con una ardilla parada en una roca gritándole al mundo ¡soy una margarita silvestre, véanlo todos, admiren mis pétalos y aspiren mi perfume", cuando no debe más que mirarse el pelo, los dientes, las patas y las orejas, y saberse ardilla.
Qué afortunados los que le atinaron desde el examen propedéutico. Y valientes los que renuncian y se lanzan al vacío de sí mismos a los 58 años. O a los veinte.
Collage: "Nunca sabemos en qué momento dejamos de ser sólo nosotros y nos cobijamos con la imagen de otro". Kika, 2000.
Comentarios
Me hiciste llorar ;)
Que bueno que nos deleitas con estas lecciones
Gracias por ello =)
Beso
Y claro, todo mundo sabe que las moscas tienen 72 ojos, ¿no?.
Muy inspirador tu post. Saludos.
Slds primis desde chilangolandia!!
GRACIAS!
Ahora lo entiendo todo, si soy achacosa y enfermiza es porque mis sueños necesitan más atención. Lo tomaré en cuenta.
¡¿Eres antropóloga?! En verdad necesitamos salir a tomar un café un día de estos, tengo muchas preguntas qué hacerte (entre mis múltiples intentos de profesión el de antropóloga es el más reciente).
Y pues ya no puedes entrar a mi blog porque lo cerré. Pero tengo otro, por si quieres verlo.
Te mando un fuerte, fuerte abrazo.
Aizury.
Apúrese muchacha!