La otra vida
El siglo que me pertenecía era el dieciocho, tal vez el diecinueve, y lo he pensado desde la preparatoria, cuando Mercedes San Martín en la clase de Historia nos habló de ese periodo extraordinario: la Ilustración, el Siglo de las Luces.
Hace tiempo leí un par de libros que me llevaron a la misma conclusión, eran de Jane Austen, esa autora inglesa que sólo habla del matrimonio en sus novelas. De hecho tiene una frase muy famosa que dice: It is a truth universally acknowledged, that a single man in possession of a good fortune, must be in want of a wife (es una verdad universalmente reconocida que todo hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita una esposa). Austen retrata la vida cotidiana de las familias clasemedieras de Europa de ese tiempo, pero lo hace con tal maestría que logras sentirte parte del desayuno, de la cena, como si hubiera ahí mismo un sitio para ti.
Gracias a Austen, tal vez más que a mi maestra de historia, aprendí que en el siglo dieciocho las mujeres eran un cero a la izquierda en la toma de decisiones de cualquier índole, sobre todo en la política. Sin embargo, el territorio de las mujeres era la casa. Y no sólo eran las amas sino las emperatrices del hogar.
Una vez escribí un artículo sobre este tema, que nació a partir de la reflexión que me dejó una película de Martín Scorsesse, y que luego José Homero, muy amablemente, publicó en su Performance. Corto un pedacito:
Todo entonces llevaba tiempo: la vestimenta era un ritual de horas, en la cena con los condes se elegía la vajilla de porcelana china y un juego de innumerables cubiertos, copas, tazas, flores, vinos y puros. La vida cotidiana entonces, era la vida misma.
Un largo código de jeroglíficos desfilaba diariamente por las calles en cientos de mensajes escritos a mano. La tinta, las estilizadas letras, la redacción y hasta la forma como se doblaba el sobre, eran un rito exquisito que los mensajeros llevaban a caballo de casa en casa. “Míster Archer, Sicamore Street 201”. No había código postal, ni colonia, ni remitente obligatorios. Ni estampillas, ni paquetería. ¡No había gente siquiera! El mundo era tan grande que un mensaje de seis líneas podía tardar semanas en ser recibido. Tal vez por eso los amores duraban tanto tiempo; la espera siempre es un almacén de ilusiones.
¿No es esa esclavitud una vida perfecta?
La vida cotidiana de los diferentes periodos históricos es uno de los temas que logran robar toda mi atención. En la facultad tuve una materia que se llamaba precisamente así, Vida Cotidiana, y aunque no puedo decir mucho de sus fundamentos teóricos lo que aprendí en esa clase fue a observar nuestras acciones de todos los días que, aparentemente son comunes y hasta vulgares, pero las más de las veces son exóticas y sin sentido (¿qué tiene de normal, por ejemplo, comer religiosamente a las dos de la tarde y no en el momento en el que tenemos hambre?). El conjunto de esas acciones, sin embargo, que no son más que rutinas, son las que otorgan el sustento básico a nuestra vida y conforman la plataforma a partir de la cual nos construimos como personas.
Pienso en las vidas cotidianas actuales, atadas al despertador, a los horarios de oficina, al tráfico, a las quincenas, a los celulares, a facebook, a la televisión. ¿Cuándo queda tiempo para pensar, para conversar, y añado, conversar físicamente? ¿En qué momento tienen lugar la contemplación y el ocio si las vacaciones apenas duran una semana?
Siempre me quejo de la distribución del capital, hay pocos ricos y un montón de pobres. Así que tal vez deba corregir: las vidas cotidianas actuales están atadas a la distribución inequitativa del capital. Y las preguntas son las mismas.
En este momento, por ejemplo, estoy segura que sin influenza en México y sin tener que trabajar desde casa, no hubiera tenido el tiempo y el silencio suficientes para pensar en esto. Ya no digamos para escribirlo.
Si pudiera elegir (y ésta es una de tantas situaciones de "hubiera") llenaría mi rutina con clases de música y de historia del arte, como en el siglo dieciocho se hacía en las casas de las “buenas familias”, aprendería a pintar, a bordar incluso, y luego al tener un marido cocinaría todos los días para él y para mi centenar de hijos. Leería en las tardes antes de que la luz del sol se apagara. Caminaría mucho y conversaría sobre literatura con familiares y amigos viajeros que estuvieran varados en mi casa unas cuantas semanas, antes de que emprendieran otro viaje interminable en carruajes. Tendría un vivero.
Sería, sin duda, una idealista detrás del sacudidor y el delantal, y escribiría novelas que firmaría como hizo Austen “By a Lady”, para que no me quemaran viva. Cuando mis hijos crecieran, sería maestra.
Claro que antes de todo esto sería medianamente rica. O rica completa.
Comentarios
o muchas quejas... y lo he visto con pacientes... que el divorcio... (tendrias el pretexto de culpar a tus padres por haberte hecho una mala elección de marido) que ser cura, o médico o abogado... (porque ellos decidian la carrera y no te darían esos pleitos internos por la orientación vocacional verdadera) etc...
pero finalmente eso es parte de la vida... la añoranza... la zanahoria... el paradigma ontologico del ser humano... la búsqueda del sentido eterno... para que algo, lo que sea, te conforme uno, el del dia, por lo menos para pasar esta revolcada de ola...
"... Dios dame una señal... aunque sea mandame un sms!!!!" (grafiti al paso)
Y tienes toda la razón, la vida es tan acelerada hoy en día que dan unas ganas tremendas de ponerle pausa a todo y dedicarle ese tiempo a las pequeñas cosas que nos proporcinonan esos placeres (escriba aquí la actividad de su preferencia). Definitivo, más vacaciones, menos complicaciones, sin influenza ni nada que se le parezca, por favor.
Otro kilométrico comentario. Saludos.